Relatos de curación
Estaba empezando a ver que el gobierno de Dios de todo el universo tenía que incluir cada aspecto de la experiencia.
Él me recordaba que yo era el reflejo de Dios, y expresaba Sus cualidades, tales como resistencia, fortaleza y libertad.
Estaba en camino de ver que la imagen mental que había aceptado, aunque parecía ser bastante real, era una imagen de la vida y la inteligencia en la materia.
Fue entonces que recordé las palabras: “El Cristo. La divina manifestación de Dios, que viene a la carne para destruir el error encarnado” (Ciencia y Salud, pág. 583).
A cada momento, mantuve mi atención en estas fortalecedoras ideas, y rehusé dejarme impresionar por el dolor o la gran ampolla que se había formado.
Leer en la iglesia no se trataba de que yo hablara, sino de dejar que la Palabra de Dios brillara, y podía hacerlo con confianza sin ningún sentido de vergüenza o timidez.
Descubrí que mi honesto deseo de estar en la práctica pública de la Ciencia Cristiana no era suficiente; se requería un compromiso total con este trabajo santo.
La verdadera Mente, la única Mente real, es Dios, y esa Mente es el Espíritu divino, y todo el bien.
Reconocer que el hogar es espiritual, una idea siempre presente en lugar de una circunstancia cambiante me trajo paz, una cualidad esencial que siempre está disponible.
Me resultaba inspirador porque declaraba que Dios, el Amor, es el poder sanador en todas las relaciones. Acepté esto por completo y me sentí totalmente una con el Amor divino.