Relatos de curación
Al reflexionar sobre esa experiencia, que ocurrió hace décadas, me he dado cuenta de que la pregunta: “¿Qué haría Jesús?” —o, en otras palabras, “¿Cómo respondería Jesús?”— es una pregunta que podríamos hacernos en cualquier circunstancia.
Mi práctica diaria consistía en mantenerme cada vez más en la bondad de Dios y en todo lo bueno que veía expresado a mi alrededor, y verme a mí mismo como el reflejo de Dios.
Después de orar con esta declaración por unos momentos, de repente sentí un suave “ting” en mis oídos y el dolor desapareció de inmediato.
Recordé muchas ocasiones en las que las personas de la Biblia acudieron a Dios en busca de seguridad y protección en medio de las tormentas; incluso Jesús en el mar de Galilea con sus discípulos (véase Marcos 4:37-39).
Lo único que podía sentir era la paz indescriptible y el amor que todo lo abarca de Dios. Sabía sin lugar a dudas que estaba a salvo.
El momento de silencio me dio la oportunidad de reafirmar las verdades espirituales que había estado sabiendo sobre la seguridad de Ben y la inocuidad de las avispas.
Después de un tiempo, comencé a darme cuenta de que la única manera de resolver esta situación era a través de la oración, porque no estaba viendo una solución humana.
Siempre habíamos apreciado la virtud y la verdad, pero ahora las veía como la manifestación misma de la presencia eterna y protectora de Dios.
Comprendí que nuestro hogar era una expresión completa y armoniosa del Amor y la Mente divinos.
Me di cuenta de que podía dejar de recordar los aspectos materiales y comprender que lo bueno en mi experiencia era real y eterno.